Azzedine Alaïa, en la Galería Borghese de Roma

por Clara Guzmán

 

Telademoda

Foto: vogue.es

 

Azzedine Alaïa, el pequeño gran tunecino de la moda, le hicieron un homenaje en el Museo de la Moda de París, su segunda ciudad, que culminó en enero de 2014. Una exposición antológica de su trayectoria, de esas que son escasas, porque las que abundan son las que  se organizan cuando el homenajeado no está entre nosotros. Pues ahora sigue la racha y hasta el 25 de octubre se puede visitar en la Galería Borghese, de Roma, la muestra «Couture/ sculpture: Azzedine Alaïa in the Histoy of Fashion».

 

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Foto: vogue.es

 

¿Quién no visita la Galería Borghese cuando va a la ciudad eterna? En esta pinacoteca, donde se pueden contemplar las pinturas de Caravaggio, el David de Bernini o las esculturas de Canova, entre otras obras de arte clásico, Alaïa expone sesenta y cinco de sus diseños más señeros. Algunos han tenido que ser adaptados al «escenario» para guardar las proporciones con el entorno, como por ejemplo el vestido de satén en color fucsia, que lució Grace Jones a mediados de los ochenta. El maniquí se alza como una columna en el vestíbulo de la Galería.

 

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Foto: vogue.es

Es verdad que los diseños de Alaïa tienen cierta semejanza con las esculturas. Pero todo tiene un por qué. A escondidas de su padre, el diseñador había estudiado escultura en la Escuela de Bellas Artes de Túnez, quizás por eso creó un estilo basado en realzar y esculpir las formas femeninas, convencido de que la base de toda belleza es el cuerpo. El comisario de la muestra de Roma, Mark Wilson, no ha tenido empacho en afirmar que Alaïa no es un diseñador de moda sino un artista.

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Foto: Suzy Menkes

En la muestra también se pueden ver  el vestido dorado de Tina Turner o el traje de novia de Charlotte Stockdale.  La verdad es que la exposición sobrecoge. La moda y el arte de la mano en esta emblemática villa romana es una verdadera exaltación de la belleza. Mientras, una se imagina a Azzedine Alaïa pasando de puntillas y esquivando los «flashes» de los fotógrafos, en esa huída de la popularidad, que es como un mantra en su vida.

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Foto: vogue.es

Azzedine suele decir que “preferiría morir antes que ver mi cara en un afiche publicitario”; algo así como que una foto te roba el alma, que afirman convencidas las gentes del norte de África. De esa pasta también era Cristóbal Balenciaga, al que admiraba desde que veía los domingos las revistas de moda parisinas. Con el tiempo se fue asemejando al diseñador vasco no sólo en su carácter reservado y austero, sino en que, como él, cose, corta, plancha, sobrehíla, hace ojales. Es decir, sabe el oficio desde abajo, aunque ahora lo veamos en las alturas.

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