Walter Benjamín, que fue un filósofo alemán de origen judío, dejó para la posteridad esta frase que tan bien encaja en nuestros días. A saber: «La moda es el eterno retorno de lo nuevo». Sí, la moda se ha convertido desde los años 90, en un ir y venir constante al pasado, sin hacer parada y fonda y crear un estilo que marque un hito para las siguientes generaciones. Ahora se llevan los setenta, antes fueron los sesenta. Los sesenta, que sociológicamente supusieron una etapa muy jugosa. Tanto, que constantemente la estamos evocando.
La moda está viviendo de esos réditos. La veterana periodista, recientemente fallecida, Margarita Rivière, estaba convencida de que en la moda todo sigue siendo un «revival» del siglo pasado, un estilo que muchos diseñadores llaman «vintage» y que para esta estudiosa de la moda, era simplemente falta de creatividad. Cuando tuve el privilegio de presentar en la Fundación Cruzcampo de Sevilla el libro de Lorenzo Caprile «De qué hablamos cuando hablamos de estilo», el modista madrileño fue muy sincero (él siempre lo es, aunque moleste) cuando señaló que si nos pidieran ir a una fiesta disfrazados de la moda de cada época, nos quedaríamos en blanco a partir de los noventa.
¿Qué estilo define esos años? ¿Y los quince que llevamos de nuevo siglo? Ahora, los grandes de la moda, que actúan como si fueran los valedores de la tendencia de cada momento, han decidido evocar de nuevo los años del hippismo de salón. La ropa» bohemiamente correcta» vuelve por sus fueros. Y vuelve en ese eterno retorno de lo nuevo. En ese, ¿qué hay de nuevo, viejo? Sí, no están los tiempos para hacer experimentos y los experimentos, que dijo Eugenio D’Ors, con gaseosa. ¿Qué es lo que vende? ¿Qué es lo que quiere el consumidor? Para empezar, lo que digan los grandes, reducido después al copio y pego de los gigantes de la distribución.
O sea, la moda jibarizada, reducida a dos tipos de «clonaciones», la de una década en la que aún no habían nacido los que ahora la lucen, y la de unas colecciones pasadas por el filtro de la mal llamada «democratización».¿Es democrático quitarle, por el procedimiento del pez grande se come al chico, la idea a un diseñador, a veces español y que produce en su patria, para calcarla en serie, con leves matices, en un país tercermundista, donde se trabaja por un plato de comida? Es cierto, todo el mundo accede a una moda asequible (cada vez menos asequible), pero, ¿no sería más ético, más rentable, producir en España, generar puestos de trabajo y apoyar la creatividad patria? En fin, ya saben. Estamos en el eterno retorno de lo nuevo.