Hoy, 19 de agosto, se cumplen ciento treinta y cinco años del nacimiento de Coco Chanel. Una revolucionaria de la moda y de los modos que murió sola, aunque en el Hotel Ritz de París, el 10 de enero de 1971. Porque Coco, la inefable Coco, nunca fue empática. Sí, esa palabra que ahora es de uso corriente y que tiene un parentesco no sólo lingüístico, sino morfológico con simpática. Chanel nunca se puso en el lugar del otro, más bien se situaba enfrente para enviarle una buena ducha de improperios. Ya se lo hizo decir Billy Wilder a uno de los protagonistas de «Con faldas y a lo loco»: «Nadie es perfecto».
Chanel era temible. Temible no sólo para sus trabajadores, que la acusaban de stajanovista, los más condescendientes y de negrera los menos, sino para sus coetáneos de la aguja y el dedal. No dejaba títere con cabeza, sobre todo a medida que iba cumpliendo años y su resentimiento se acrecentaba. Sus orígenes los modeló según le convino. Unas veces tenía una procedencia, que variaba otras, en función de sus más inmediatos intereses. Actitud que no le impidió ser una precursora en liberar a la mujer de muchos de sus yugos, los visibles y aquellos que se camuflan en los prejuicios.
He leído mucho sobre Chanel y en todos los escritos aparece ese nubarrón, a veces incluso perverso, de su inquina hacia aquellos que, como ella, descollaban en la moda. La rivalidad que tuvo con la diseñadora italiana Elsa Schiaparelli era digna de aparecer en la sección de Sucesos de la prensa de la época. Rhonda K. Garelick, una de sus biógrafas que pasó la dura prueba para llegar a serlo, cuenta: «Por supuesto que había rivalidad. En una fiesta, Gabrielle empujó a su «pareja de baile» directamente contra un candelabro y Schiaparelli fue atrapada por el fuego».
Hasta ese momento los enfrentamientos no habían pasado de ponerse en jarras y como dos vecindonas llamarse una a la otra «esa italiana que hace vestidos», o «esa aburrida provinciana». ¿Aburrida provinciana Chanel? Pues ahí se equivocaba su adversaria, porque el tiempo que le dejaba libre el trabajo lo dedicaba a lucubrar invectivas contra quien osara quitarle un milímetro de protagonismo. De Christian Dior, cuando lanzó su «New Look», no tuvo empacho en decir al ser preguntada por el nuevo modista que entraba en escena: «Dior no viste a las mujeres, las acolcha».
Previamente ya le había soltado uno de sus dardos envenenados a Paul Poiret. Cuentan que el diseñador, que se pirraba por todo lo oriental y vestía a las mujeres como si fueran odaliscas, le preguntó un día, al verla vestida de negro, el color que puso de moda. “¿Por quién guarda luto, señorita?” La señorita de la Rue Cambon no tardó un segundo en responderle: “Por usted señor Poiret, por usted». Si Yves Saint Laurent decía que le hubiera gustado inventar el vaquero, ella soltaba una de sus frases legendarias: «Por favor, no te pongas nunca vaqueros. Piensa que puedes encontrarte al hombre de tu vida a la vuelta de cualquier esquina».
Al final de sus días estaba más sarcástica que nunca, cuenta Karen Karbo en su libro «Lecciones de vida de Coco Chanel». «A uno de sus diseñadores le dijo que sus vestidos de brocado hacían que sus mujeres parecieron sofás de frente y damas españolas por detrás». A Brigitte Bardot la puso a caldo diciendo: «es repulsiva, lleva medias ordinarias y viste harapos». Arremetió contra los homosexuales, la minifalda, las mujeres… Aseguró que la pretensión estaba matando a la industria de la moda y llamaba a sus colegas pederastas y misóginos. Sólo respetó a Balenciaga, «porque es el único costurero de todos nosotros». Y es que la autoridad de Balenciaga era capaz de apaciguar hasta la viperina lengua de Chanel.