Francia se rinde ante Lanvin

 

El año pasado fue el año Lanvin. Una de las casas de costura más antiguas de Francia celebraba su CXXV aniversario en perfecto estado de revista y se empezó a gestar la exposición que abrirá sus puertas, en el Palais Galliera de París, el próximo domingo 8 de marzo, día Internacional de la Mujer Trabajadora. Curiosa coincidencia, cuando la protagonista de esta retrospectiva se ganó a pulso el calificativo de trabajadora. Jeanne Lanvin, nacida en 1867 en la Bretaña, era la mayor de once hermanos.

 

A los trece años ya era chica de los recados en un taller, luego fue costurera y después modista, según los pasos que hasta no hace mucho se seguían en determinados gremios. Aprender desde la base para llegar con solidez a la altura y perdurar en el tiempo. Jeanne Lanvin ha perdurado en el tiempo a pesar de ser una mujer discreta, reservada y alejada de todos esos saraos que parecen hechos para dar carta de naturaleza a los creadores de moda. Nada que ver con sus coetáneas Coco Chanel o Elsa Schiaparelli, que por cierto se llevaban a matar.  A los dieciocho años se estableció por su cuenta.

 

Su negocio enseguida dio jugosos frutos. En el año 1889  crea su firma, que fue multiplicándose hasta llegar a los inquietos años 20 con más de mil empleadas y con sedes en Deauville, Biarritz, Cannes, Barcelona y Buenos Aires. Cuentan algunos cronistas que su éxito no sólo se debió al fino olfato para los negocios del que hacía gala, sino la llegada al mundo de su hija Marguerite, apodada Ririte. Su hija y musa le inspiró numerosos diseños infantiles, además del anagrama de su perfume Arpège, que representa una escena maternal en la que una madre extiende los brazos hacia su hija en un delicioso diseño art déco, realizado por Paul Iribe, que aún pervive y que es prácticamente el símbolo de Lanvin.

 

La retrospectiva, que podremos ver hasta el 23 de agosto, exhibirá prendas realizadas por Lanvin desde el año 1909, fecha en la que ingresó en el selecto círculo de casas de alta costura francesa, y 1946. La selección ha corrido a cargo del director del Palais Galliera, Oliver Saillard, comisario de la exposición, codo con codo con Alber Elbaz, actual director creativo de la firma. La muestra abarca todas las facetas de esta mujer que hoy sería tildada de multidisciplinar. A saber: Modelos de alta costura, entre ellos cuatro de novia; de niña, sombreros, accesorios, pero también se muestran bocetos de sus colecciones, fotos y archivos audiovisuales.

 

 

La exposición, que es más un recorrido conceptual que cronológico, tendrá un sitio de honor para los bordados, la pasión de esta mujer que ha dejado un rico legado a la historia de la moda. Utilizaba materiales preciosos, pero también pequeñas caracolas  y era una de las pocas firmas de costura que tenía un taller de bordados propio. Daniel Swarovski y sus  finos cristales trabajó con la modista y formaron una artística «entente», de la que darán fe los trece modelos seleccionados para la muestra. Pero quizás lo que más me gusta de los grandes, y Lanvin es una grande, es que su obra no se arruga con los años. Siempre está terne.

 

Es perenne, no tiene edad y eso la hace grandiosa. Lanvin tiene también en su haber el famoso azul que hizo suyo, inspirado en los cielos de los cuadros de Fra Angélico, pero también se fijó en el pintor sevillano Velázquez y se llevó sus verdes a sus colecciones. Apasionada del arte, su biblioteca estaba bien surtida y allí se refugiaba buscando la inspiración en la paleta cromática de sus pintores favoritos. Fue la modista preferida de las actrices de Hollywood, pero sobre todo fue una pionera en imprimir comodidad a las prendas que salían de su magín, esa cualidad tan cara de ver en algunos creadores. Fue una suerte que Lanvin se dedicara a la moda.