Es verdad que Christian Dior ya era talludo cuando se hizo un nombre en el mundo de la moda. Tenía cuarenta y dos años el 12 de febrero de 1947 cuando Carmel Snow, redactora jefa de la revista Harper’s Bazaar (¡Oh! el gran poder de las revistas de moda) bautizaba como «New Look» la colección Corola de vestidos de faldas con mucho vuelo, que se abrían en flor a partir de talles muy estrechos y corpiños regios armados de ballenas. Su autor había abandonado la carrera de Ciencias Políticas para dedicarse a la música, probar suerte como dibujante y luego como galerista de arte, sin saber que era Dior y había creado a la mujer.
Nacido en Granville (Normandia) en 1905, una pitonisa, a la que solía prestar oídos, le auguró que las mujeres le serían beneficiosas en su futuro inmediato. «Por ellas triunfarás». Y dio en el clavo. «Mi primera colección -escribió Christian Dior en sus memorias- tuvo la suerte de expresar el renacimiento de la ropa bien confeccionada, el retorno de la moda «bonita» que «favorece». Juliette Gréco, perfecta encarnación del espíritu existencialista del momento, supo conciliar, con rara inteligencia, su estilo tan peculiar con el de mis creaciones».
El «New Look» sorprendió al mundo. La mayoría de las mujeres aceptó el realce de curvas que proponía el modista, aunque no le faltaron detractores, señal de que estaba vivo y no había aceptado el inmovilismo. Algunas voces se alzaron en contra de la cantidad de tela que empleaba en una época económica de vacas flacas; otras criticaron la artificialidad de la silueta. Pero Dior, que fue uno de los pioneros en implantar el sistema de «licencias» para productos como medias, cosmética y accesorios, siguió adelante con su lema preferido: «El entusiasmo por la vida es el secreto de toda belleza. No existe belleza sin entusiasmo».
El «New Look» llegó en un momento en que Europa acababa de salir de una cruenta guerra. Sociológicamente, significaba un borrón y cuenta nueva, al que se unía una renovada ilusión por vivir el presente, mirando con esperanza el futuro. Además de revolucionar las hechuras femeninas, Dior devolvía a París el cetro de la moda. Las faldas eran plisadas, recogidas, drapeadas, divididas en tablas y a menudo forradas en tul. Además, se realzaba el pecho y la cintura, ¡ay!, era de avispa. En sólo una década, el modista, que murió en 1957 de un ataque al corazón, logra crear una de las casas de fama mundial, además de abrir salones en 24 países.
El 75% de las exportaciones de alta costura que realizaba Francia llevaba la etiqueta Dior. «Yo arriesgo el salario de novecientas personas cuando hago una colección», decía preocupado cada vez que plasmaba en el papel sus ideas. Aunque para él la alta costura es, «en la era del maquinismo, uno de los últimos refugios para lo humano, lo personal y lo inimitable». Dior destacó también por sus trajes de chaqueta, además de por incorporar al guardarropa femenino estampados hasta la fecha propios del masculinos como la pata de gallo o los cuadros príncipe de Gales.
«La moda es como un teatro, me siento siempre como un principiante», decía cada ve que presentaba una colección, tímido y supersticioso a partes iguales, con sus bolsillos llenos de amuletos, como mínimo seis, en donde no faltaba un trozo de madera. «Me producen pánico estos vestidos que tienen sobre mí un poder absoluto. Siempre temo la decepción. Son mis aventuras más apasionadas y las únicas. Todo lo que ha sido mi vida, lo que he visto y sentido, lo he traducido en forma de vestido», dejó escrito en sus memorias. Palabra de Dior.