El rey Baltasar, que es un rey que nunca me defrauda no sé si porque es mago y los otros son de carne y hueso, me trajo este 6 de enero un libro, que es una joya. Se llama «Las mujeres que no pierden el hilo», es de la editorial Maeva y sé que lo compró o lo mercadeó, vaya usted a saber, en la librería Reguera del barrio de Santa Catalina, en Sevilla, porque lo ponía en la pegatina. La obra es un recorrido por los distintos retratos o escenas de mujeres que hilan, tejen y cosen desde Rubens a Hopper. El comentario de cada cuadro lo firma Thomas Blisnieewski y el prólogo tiene la factura de una gran especialista en el mundo de la moda, Margarita Rivière. Con estos mimbres es para salir corriendo a comprarlo.
¿Se han fijado alguna vez en una mujer que cose, que teje, que hace ganchillo o cualquier otra labor en la que sus manos son las protagonistas? Están sumamente concentradas, absortas, como si les fuera la vida en ello. Levantan el brazo y hacen parábolas que a mí me parecen tan delicadas y enérgicas como los movimientos de una bailarina de ballet. He visto coser a mi hermana Teresa, enfermera de profesión y vocación, pero amante entusiasta de las labores; he visto coser a mi amiga la diseñadora Aurelia Medina y a otras mujeres a lo largo de mi vida y siempre me quedo con la duda: ¿qué pasará por sus cabezas mientras cogen el dobladillo de ese vestido de cuadros escoceses de El Ganso o de ese otro de Ángel Schelesser? ¿Qué piensan mientras se ufanan en esa colcha de pathwork o en la canastilla de un bebé?
Creo que el trabajo manual activa la mente. Agatha Christie contó en una ocasión que los mejores argumentos de sus novelas se le habían ocurrido y los había desarrollado mientras fregaba los platos. Si les sirve como aportación a esta tesis, mis títulos más redondos para reportajes, artículos o conferencias me salían mientras planchaba. Contemplar a una mujer en plena labor y «congelar» su imagen para la posteridad ha sido un trabajo muy recurrente para un sinfín de pintores a lo largo de la historia. Pintores que con esa temática reforzaban la idea de que esas féminas eran tan hacendosas (palabra en desuso en la actualidad) que merecían ocupar en la sociedad su papel de madres, reinas o santas.
En el recorrido que hace Thomas Blisniewski por las distintas piezas pictóricas nos encontramos a reinas romanas como Gaia Caecilia, rodeada por sus doncellas y ante un gran telar que se nota a la legua domina con destreza. Se sabe que es la reina porque lleva la corona, ya que, esa se supone que es la lectura del cuadro, trabaja con la misma diligencia que sus damas y es, por tanto, una mujer virtuosa. Recuerden lo que decían antaño, que el buen paño en el arca se vende. Antaño, que hogaño el marketing requiere calle y visibilidad, mucha visibilidad. A la reina Gaia Caecilia la ha pintado una congénere, Cristina de Pizán, para su serie sobre mujeres célebres.
En el libro no faltan algunos cuadros clásicos y familiares para el gran público. Tenemos a las hilanderas del sevillano Velázquez, una obra de mucha enjundia, a juzgar por el análisis que de ella han hecho reconocidos expertos como Enriqueta Harris y Diego Angulo Íñiguez. En este lienzo sobrevuela el mito de Aracne, la tejedora mortal que retó a tejer a Atenea, diosa de las artes e inventora precisamente de este oficio, que convirtió a la arrogante Aracne en una araña para que aprendiera a no meterse en camisa de once varas. Todas las épocas están reflejadas en este libro, porque en todas las épocas ha habido mujeres e incluso hombres, amantes de las labores, que han pasado a la posteridad inmersos en su productiva profesión o en su artístico entretenimiento.
La portada del libro es muy elocuente. En ella se ve a quien parece, a primera vista, una camarera de hotel que restaura el descosido dobladillo de su vestido. Sinceramente no parece muy ducha en esta materia, sólo hay que fijarse en la postura de sus manos. Se nota que quiere acabar pronto la faena para volver a cometidos más distraídos. La pintó Kenton Nelson en 1954. Pero si hay un cuadro que me gusta es el de Edward Hopper. Se llama Interior neoyorkino y siguiendo con ese velado misterio que encierran las obras de este autor, se ve a una mujer de espaldas que cose. Parece o quiero creer que es una bailarina por su musculatura y por ese movimiento del brazo tan especial. No se sabe si acaba de llegar o va a salir a escena; si vive sola o acompañada, aunque se intuye que es una mujer independiente. Sea como sea, es, evidentemente, una de esas mujeres que no pierden el hilo.
9 comentarios
Soy otra mujer de tantas a la que sus mejores ideas se le ocurren mientras realiza trabajos mecánicos y es que no hay nada mejor que vaciar la mente para poder crear..
Me encanta coser, tejer, hacer crochet, me libera la mente, es un momento mágico dónde estás tú, tus manos y tu creatividad, lo demás pierde importancia. Que belleza!!!!
Tan bonito y delicado el post como cualquiera de las pinturas que lo acompañan.
Yo también me quedo con Hopper, siempre me enamora. Y la Penélope de Bouguereau, que es etérea pero tan real, con angelito y todo, que se sale del cuadro
Me ha recordado a situaciones, en las que se me descosía la falda de mi uniforme y me metía en la trastienda para estar presentable. Mientras estuviera ese dobladillo descosido era incapaz de concentrarme en la venta¡¡. Sencillamente, Clara Guzmán, haces que no te perdamos el hilo. Felicidades una vez más.
Ahora está de moda el HAND MADE, así que todas a coser!!!
Yo no estoy convencido con lo aqui comentado, pienso sinceramente que hay muchos aspectos que no han podido ser considerados en cuenta. Pero valoro mucho vuestra valoracion, es un buena web.
Creo que no puedo esperar a los próximos Reyes para pedirlo en mi carta. Así que hoy mismo me voy a tener que poner a buscarlo… No puede faltar en la biblioteca de alguien como yo que se relaja, se concentra y disfruta utilizando aguja e hijo.
Me parece muy oportuna la publicación de este libro. Por un lado, por la selección de imágenes que recoge y por otro por el recrear esa tarea de tantas mujeres de otras épocas,que ya casi habíamos olvidado y que ahora vuelven a rematar tantas prendas. ¿Qué habría sido El tiempo entre costuras, la novela tan exitosa de María Dueñas, sin la modista Sira Quiroga?. Estoy deacuerdo con Clara, la imagen de Hopper es muy elocuente: costura y misterio.
Qué artículo más completo por Dios. Lo que sabe esta muchacha. Enhorabuena.Me lo compro mañana mismo. tiene una buena pinta.
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