Los encajes de Catalina

Lorenzo Caprile es el que me ha dado la clave. Lo estaba leyendo en su artículo de «El Mundo», cuando me he acordado de la importancia de España en la historia de los encajes ingleses. Todo viene al hilo del traje de novia de Kate (ahora Catalina) Middleton. Escribía el modista sobre el diseño de Sarah Burton, digna heredera del genial McQueen, que ha sabido hacerle a la actual duquesa de Cambridge un auténtico vestido de novia como mandan los cánones. Es decir, muy alejado de esos disfraces con los que  actualmente muchas jóvenes pasan por el altar.

Y según los cánones, al más puro estilo victoriano, los encajes no pueden faltar. Fue la Reina Victoria, cuando se casó en 1840, lo recuerda Caprile, la que fijó para siempre el concepto de traje de novia: Color blanco,  exquisitos encajes, largas colas, románticos velos, tafetanes, rasos, corpiños ajustados… Cuenta el diseñador español que, como ya hiciera la Reina Victoria, el traje de Kate ha sido un escaparate de la más exquisita artesanía inglesa. «Los tejidos y bordados son todos de fabricación autóctona, a resaltar el trabajo de los estudiantes de la Real Escuela de Encajes del Palacio de Hampton Court, que se lavaban las manos cada treinta minutos y cambiaban sus agujas cada tres horas para mantener intacto el blanco roto elegido por la novia.»

No sólo el nombre de la novia de la boda del año, sino esta curiosa anécdota sobre el mimo y el esmero con que se ha realizado el vestido, nos retrotraen al siglo XVI. Precisamente a una Reina, Catalina de Aragón. Nacida en Alcalá de Henares en 1485, fue la  última hija de los Reyes Católicos. Casada con Enrique VIII de Inglaterra, hermano de su difunto marido, Arturo, era una mujer con una educación superior a la de cualquiera de sus congéneres. Además de saber latín, inglés, francés y catalán; haber estudiado música y danza y leer a los clásicos, era una experta en hacer con sus manos delicados  encajes. Uno de estos tejidos de mallas sigue llevando todavía el nombre de la Reina española. Además, según la tradición, el término inglés pin (alfiler) money, utilizado  para referirse al dinero de bolsillo de las mujeres, proviene de los estipendios dados por Catalina de Aragón a las bordadoras, con las que solía compartir esta artesanal labor.

Los encajes ingleses tienen merecida  fama, sin embargo no fue precisamente en Inglaterra donde surgieron con el fin de realzar y distinguir una prenda. Ni tan siquiera en Francia, como sería lógico pensar por la cantidad de adornos de esta índole que llevan el nombre de determinadas ciudades o regiones galas. Su origen hay que buscarlo en Italia. La historia es curiosa, pero ya la contaré otro día.