La ruta de la seda

Está a medio camino entre la artista bohemia y la diseñadora de moda que abandera el viste como quieras. Y si en ese libre albedrío se cuela una de sus piezas, entonces la vida, su vida, es bella. Concha Barón, sevillana, licenciada en Bellas Artes, lleva desde el año 2001 haciendo la ruta de la seda.

En su actual taller en el Muro de los Navarros, a la vera de la Ferretería Puerta Carmona, o sea, respirando el aroma a tienda de toda la vida, Concha Barón Fernández de Córdoba, moderniza la milenaria seda. De allí salen pañuelos, bufandas, corbatas, quimonos, collares, mantas, chales, mantones, cuadros, pantallas de lámparas, bolsas para el ordenador…Un sinfín de piezas exclusivas a las que vitaliza a base de colores alegres. Porque la seda, lo dice con el convencimiento de quien habla de un tejido familiar, luce más cuanto más colorido tiene. No hay más que contemplar el original reportaje fotográfico de Nicolás Haro, que ha elegido como modelos a estilizados galgos.

“Empecé a pintar en seda en el año 2001. Había hecho Bellas Artes en Sevilla y me había ido a Florencia a estudiar serigrafía textil y pintura en seda. Se puede decir que mi estilo es abstracto, juego con el color y las formas y me gusta investigar en nuevos tratamientos y técnicas. Hay una en concreto que da unos resultados espectaculares a partir de puñados de sal, que dejas caer en la pintura cuando todavía está mojada. Los granos de sal atraen el tinte y producen unos efectos muy bonitos y siempre diferentes.

Mis piezas las vendo en “E y B”, una tienda del barrio de El Porvenir, pero sobre todo por encargo (conchabfc@hotmail.com), ya que la mayoría son regalos de empresa, bodas o acontecimientos especiales”.

Mentalidad de artista

Concha, que ha expuesto con Menchu Pablo-Romero, en el ya desaparecido “El bazar del barrio”, en Santa Cruz, confiesa abiertamente que no sabe nada de marketing, porque es más artista que empresaria. “Con este oficio es complicado ganarse la vida, además no me sé vender, aunque me voy sacando las castañas del fuego. A mí me encanta dibujar y he encauzado mi profesión en la pintura en seda, quizás con la doble función de ser una prenda para llevar y para exhibir, en su dimensión de obra de arte. Mi objetivo es hacer lo que me gusta, estar contenta con mi labor, vivir de mi profesión e ir desarrollando y evolucionando en mi creatividad y en el uso del color”.

Le gustan los impresionistas, preferentemente Monet, pero también Velázquez y dice que se iría a trabajar con cualquier diseñador que le propusiera algo interesante, un reto. “Algo que me mantenga entretenida y que no sea lo de siempre. De todas formas, yo creo que cada vez hay más gente que no sigue la moda al pie de la letra, para eso los diseñadores hacen estudios de mercado, aunque los que verdaderamente imponen lo que se va a llevar son los cazadores de tendencias, atentos a todo lo que ven en la calle. Creo que cada uno debe actuar según su personalidad. Cuando pinto uno de mis pañuelos no sigo la moda, surge según mi carácter y si eso después es lo que demanda la gente, mejor”

Concha, que admira a la pintora en seda Margaret de Arcos y a otras dos artistas americanas, cuya obra conoce a través de Internet, afirma que está en un tramo de cambio en su trayectoria. “Me gustaría hacer algo distinto a partir de ahora. Además, en el arte y en la moda necesitas parar unas dos semanas para cortar un poco y luego empezar el proceso desde el principio. Es necesario este paréntesis para inspirarte y viajar. Viajar es fundamental. Yo, por ejemplo, me cargo las pilas en Puerto Real, en la casa de mi madre, quizás porque estoy en contacto con la naturaleza, que suele ser mi fuente de inspiración, aunque la inspiración, como decía Picasso, siempre te tiene que coger trabajando. Ahora me voy con mi hermana a los Estados Unidos y me llevaré, como siempre, el cuaderno de dibujo. Ahí apunto todas las ideas, que luego plasmo en mis piezas”.

Hilando fino

Cuenta Concha que la seda la compra en Barcelona, pero procede de China, de donde surge tan refinado y exquisito tejido. Dice la leyenda, porque para que haya misterio tiene que haber leyenda, que el descubrimiento del hilado y el tisaje de la seda se remonta a la época del emperador Huang-Ti (2.500 años A.C). Resulta que su emperatriz y primera concubina observó a un gusano que hilaba un capullo en unas ramas de morera. La curiosidad la llevó a introducir el capullo en agua caliente, donde descubrió un hilo de una resistencia y brillo extraordinario. Y así, a base de muchos hilos, se realizó la primera pieza ornamental. Luego ya vendrían más, incluida la etiqueta de darle a este material los apelativos de noble, refinado, sensual, bello y el aditivo de ser símbolo de poder.

Los procesos de elaboración de la seda se convirtieron, a través de los siglos, en una de las más importantes fuentes de ingresos chinos. Revelar el secreto de los métodos de trabajo estaba castigado con la muerte, una manera un tanto drástica de proteger a la industria autóctona. Antes de que se corriera la voz y se “globalizara” su fabricación, la única opción era el comercio con China o el Oriente, lo que implicaba largos y azarosos viajes en busca del preciado tesoro. Fue el geógrafo Richthofenquien en 1875 bautizó como la “Ruta de la seda” a los distintos itinerarios que permitían el intercambio comercial.