Vuelve Cristina Camacho a mi blog telademoda.com porque sus piezas de cerámica siguen estando en el punto de mira de esa legión de seguidores que sabe valorar su trabajo artesanal, hecho con mimo y precisión. Vuelve porque tiene novedades en su ya larga nómina de diseños para que la vida sea un valle de belleza. Todos los estudios sociológicos lo dicen, la pandemia nos ha hecho apreciar las pequeñas cosas, esas que encierran la grandeza de estar hechas con las manos y además en España. Sin ir más lejos.
Cristina me confiesa abiertamente que Instagram ha sido una ventana al mundo. A través de su cuenta @cristinacamacho_ceramica entra en contacto con sus clientes. Los «escucha», ellos eligen las formas y motivos de una vajilla, de piezas sueltas, bandejas, platos de pan, fuentes, posavasos…Ella les hace los bocetos y empieza a darle expresión a unas piezas que luego formarán parte de sus vidas. Pero también esta sevillana, que se formó en la Escuela de Artes Aplicadas, experimenta por su cuenta y riesgo con excelentes resultados.
«El fin de semana pasado se casó mi hija y se me ocurrió hacer servilleteros de cerámica diferentes con el fin de que cada invitado se los llevara después a su casa. Además de ser un éxito por la originalidad y porque ya me han hecho encargos, fue una manera de hacer una boda más entrañable. Muy alejada de esas ceremonias que antes de la pandemia eran exageradas en todos los órdenes. Esta vuelta a la intimidad, al recogimiento, se puede observar en algunos cambios de costumbres».
«Ahora, y sólo hay que echar una ojeada a la red social más visual, Instagram, han crecido las cuentas en las que se muestra cómo poner una mesa bonita o cómo recibir en casa. En la actualidad se tiende a hacer regalos prácticos, pero a la vez decorativos. En estos momentos tengo encargos de vajillas, pero informales, de gente joven que no tiene tanto poder adquisitivo, pero que quiere agasajar a sus amigos o familia con una mesa montada con piezas hechas a mano, pero que lleven su sello personal».
Cristina Camacho, que también se formó en la Escuela de Gelves de Cerámica y Modelado y después hizo Bellas Artes, trabajó en la emblemática fábrica de Pickman, en La Cartuja de Sevilla. Ahora tiene un pequeño taller, donde en los últimos meses ha dado vida a nuevas «criaturas»: los servilleteros, unas simpáticas tablas para quesos y a bandejas y fuentes de peces. «Sigo con mi inspiración en la naturaleza, aunque a veces hago piezas abstractas. Saco un prototipo y si veo que tiene éxito, lo implanto».
Es su particular y eficaz estudio de mercado, con la gran ayuda de Instagram. Como todo lo hecho a mano, cada pieza lleva su tiempo. Es un proceso lento, con muchos pasos a seguir y con el riesgo de que en el último momento todo se vaya al traste. Las prisas no son buenas consejeras si está en juego la belleza. «La cerámica – dice Cristina- tiene un componente mágico. En el torno vas transformando la materia y le vas dando vida. Esta es la faceta que más me gusta». Y a su público, la pasión que transmite cada una de sus piezas, con las que siempre da en el blanco.