Desigual es así de chula

 

A Thomas Meyer, el discreto propietario de la firma Desigual, lo vi, sin saber que era él, pedaleando su bicicleta en el barrio del Borne de Barcelona. El Borne fue un barrio popular, aledaño al mar, que ahora se ha convertido en el lugar donde viven profesionales bohemios. Es decir, gente con el suficiente dinero como para residir en la zona. Me contaron que el atractivo Thomas Meyer vive cerca de Santa María del Mar, la catedral del Mar;  sí, la protagonista de aquel «best seller» de Ildefonso Falcones, y me contaron que es más chulo que un ocho. Chulo en el sentido de poder permitirse vivir la vida que ha elegido. O sea, hacer honor al eslogan de su firma: «La vida es chula».

 

Este suizo, nacido en Basilea, cincuentón bien cuidado, seguidor de la corriente del «sincorbatismo», es el dueño de Desigual, una firma valorada en 2.565 millones de euros, que la convierte en la cuarta compañía española de moda por facturación y en la segunda según su beneficio bruto (Ebitda). Instalado en España desde los años ochenta, recala en Ibiza, donde empieza a destacar con sus cazadoras hechas con retales de vaqueros (la técnica del patchwork). Y, como suele suceder con los triunfadores, su vida profesional no siempre ha sido un camino de rosas.

 

En el año 1988, su empresa pasó por una suspensión de pagos, pero remontó, según algunos porque supo rodearse de un mejor equipo. Según otros, porque optó por buscar profesionales, que es lo mejor si se quiere salir a flote. Luego tuvo su etapa de enfrentamiento con Custo Dalmau, que le acusaba de plagio. Etapa que devino, afortunadamente, en una «entente cordiale». Ahora, Desigual pedalea con fuerza, por eso es importante saber quién lleva el manillar de esta empresa, que acaba de nombrar embajadora de la firma a una modelo con vitíligo, Chantelle Winnie.

Además, Desigual lleva varias colecciones contando con la colaboración del modista Christian Lacroix, recuperado para la moda, tras cerrar por quiebra su taller. Lacroix, gran enamorado de España y del color, ha dejado también su impronta en la colección del próximo otoño-invierno. En esta ocasión rindiendo homenaje a todo lo que sucede en un «atelier». Una pintura abstracta, la portada de un libro sobre África, un viaje al norte de Europa o un paisaje lleno de flores.

Toda esa vitalidad y optimismo que desprenden las colecciones de Desigual llevan ahora el sello Lacroix, mucho más depurado; más «chic». A saber: prendas con motivos geométricos en blanco y negro, cárdigans étnicos, bordados de guipur y abrigos con volúmenes redondeados. Y color, mucho color para que el invierno no nos envuelva con su grisura, muy en la línea de esa declaración de intenciones de la firma, al asegurar que la vida, además de bella, es chula. Aunque algunos afirmen que las nuevas generaciones hubieran preferido calificarla de «guay».

 

Desigual, que lleva desfilando desde el año 2013 en la Semana de la Moda de Nueva York, inició su actividad el siglo pasado, concretamente en 1984. En estos treinta años ha creado ocho categorías de productos: mujer,  hombre, niño, accesorios, zapatos, decoración, sport y belleza, además de diecisiete canales de distribución con presencia en 109 países con 530 tiendas, 11.000 tiendas multimarcas y 2.500 córners en grandes almacenes. Luego te das de cara con Thomas Meyer en el Borne y ni te imaginas que tenga un emporio. Cosas del «sincorbatismo».