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He leído que los franceses que lleven sus zapatos al zapatero remendón de toda la vida recibirán una pequeña subvención del Estado. Pero no sólo los zapatos, también la ropa, esas prendas que allá por los años de penuria, al menos en España, se les daba la vuelta y duraban un rato largo y que ahora, en pleno siglo XXI, son merecedoras de una segunda oportunidad. Parece ser que al lema de la República Francesa: libertad, igualdad y fraternidad le van a sumar en estos tiempos de vaivenes la sostenibilidad. Pero, ¿qué es la sostenibilidad? Grosso modo diremos que es garantizar el equilibrio entre el crecimiento económico, el cuidado del medio ambiente y el bienestar social. El país vecino, por lo que se deduce, está sumamente interesado en la lucha contra el desperdicio de productos textiles, cuya industria, como ya he escrito en varias ocasiones, es la segunda más contaminante del mundo detrás de la del petróleo. Estos bonos sostenibles, como me he permito la libertad de bautizar, para la reparación de calzado y ropa usada se pusieron en marcha el mes de octubre del año pasado y la subvención procede de un fondo de 154 millones de euros, creado por el Estado para el período 2023-2028. Es decir, un anticipo de la ya famosa Agenda 2030. Los bonos sostenibles irán desde los 6 a los 25 euros, según sea la complejidad del arreglo.
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Lo barato es caro. Para el bolsillo y para el planeta, que sufre las consecuencias del consumo impulsivo de productos hechos sin control y en muchas ocasiones sin leyes que amparen a sus trabajadores. Después de potenciar el «low cost», ahora los gobiernos recogen velas y se disponen a reconducir al usuario. Ahora, por aquí, señores. Ahora toca consumir con cabeza. Ese consumo racional sería el destinatario de los bonos sostenibles. ¿Cómo se va a mandar reparar un zapato realizado con unos materiales ínfimos, adquirido a precio irrisorio dada su escasa calidad? Primero habría que empezar a potenciar un consumo en las antípodas del actual. Es decir, adquirir prendas duraderas que se mantengan ternes en el armario durante varias temporadas. Pero, ¿cómo dar la vuelta al calcetín de una sociedad que vibra con la novedad, con una imagen distinta cada segundo en las redes sociales, con una idea que relaciona la elegancia con la renovación diaria del vestuario? Lo veo complejo, pero mientras tanto, recuperemos las costumbres de nuestros padres y abuelos, que eran sostenibles sin saberlo. Sin necesidad de que nadie les alertara que los zapatos y las prendas (buenas) tenían, como los gatos, siete o más vidas.