Salvemos FIMI

 

 

 

Mirar hacia atrás no es productivo, en terminología empresarial.  Pero ante las actuales circunstancias echar la vista al pasado se ha convertido en un ejercicio de aprendizaje e incluso de modestia. Tampoco se trata de seguir a pie juntillas el manriqueño soniquete de que todo tiempo pasado fue mejor, pero a veces hay que reflexionar. Y a reflexionar pondría yo, desde mi humilde punto de vista, a los responsables de la Feria Internacional de Moda Infantil y Juvenil de Valencia (FIMI)  pujante en tiempos pretéritos, y aspirante  hoy a ser rescatada. Como la cola de los rescates está que arde y tan apretada que no cabe un alfiler, me inclino más por una modalidad intangible: la de salvarla.

 

 

Salvemos FIMI de caer en la desidia, en la apatía y en repetir como un mantra que ya vendrán tiempos mejores. Se acaba de celebrar la LXXV edición de un certamen que he conocido boyante, pletórico y siempre sumando. Que ha tenido sus altibajos, como todo hijo de vecino, pero siempre ha remontado porque tenía buenos cimientos. He conocido un FIMI con firmas sólidas que daban a la moda infantil española ese marchamo de buen hacer del que se hacían lenguas  otros países con menos fortuna creativa, pero con más poder adquisitivo.

 

 

Se acaba de celebrar la LXXV edición de FIMI y si eres nuevo en esta plaza ves lo que hay y lo asocias a la circunstancias. Ortega y Gasset nunca imaginó la cantidad de veces que sus compatriotas echarían mano de esas socorridas circunstancias. Ya se sabe: la crisis, la prima de riesgo, el IVA  y el ay,ay,ay…La Feria ha languidecido, se ha encogido como el pecado mortal (frase antigua donde las haya pero que ha cobrado vigencia, pregunten a los psicólogos) y ha presentado una oferta para la primavera-verano 2013 de sonrojo, salvo en honrosas excepciones. 

 

 

 

 

Conozco la situación económica que atraviesa mi país, España, y conozco al sector. La veteranía es un grado y de algo tiene que servir ser una periodista senior. Hace unos años, tampoco tantos, las firmas que subían a la pasarela pasaban una criba que podía ser más o menos acertada, pero que servía también como acicate. La pasarela es un escaparate o una reválida ahora que vuelve esa figura  ¿Por qué en estos momentos accede cualquiera y el resultado es tan desconcertante que se asemeja a una competición de ropa de tienda de chinos? ¿Eso es lo que realmente quiere el consumidor? ¿A qué aspira el comprador? ¿Por qué acude a un certamen de estas características?

 

 

  

Es bien cierto que las ediciones veraniegas cuentan con menos firmas y la afluencia de público es menor, pero este mes de julio la Feria era tan diminuta que ponía los pelos de punta. Y mucho más a quienes sabíamos que una semana después, en The Brandery de Barcelona, iban a desfilar marcas de campanillas que en otras ediciones se habían paseado por FIMI. No son tiempos de divide y vencerás. Son momentos de unión y fortaleza, pero eso no se aprende en un abrir y cerrar de ojos. Alemania, Holanda o Finlandia nos llevan muchos años de  ventaja y no echan mano del todos a una como en Fuentevejuna sólo para  solucionar cuestiones de mal entendido honor.

 

 

 

¿Qué quiere el público? Todo el mundo quiere distinguirse, es cierto, pero mirando con lupa los precios. Y la moda infantil española siempre ha destacado por su creatividad, su reconocida artesanía y su calidad y ahora aspira a su salida más rentable: la internacionalización. El otro día leía en Yo Dona una entrevista a Amy Pascal, copresidenta de Sony Pictures, en la que decía: «El futuro es este: habrá menos películas y será más importante que sean buenas. Lo que nos salvará será la calidad». Pues eso, lo que  también salvará a la moda infantil, como a tantas cosas, será la calidad. Entonces, salvemos FIMI.