Me gustan los abrigos no sólo por el hecho de ser friolera, sino porque los considero prendas que aportan elegancia y estilo. Nos arropan literalmente, pero también nos elevan porque están estructurados, se adaptan al cuerpo y realzan la silueta. Adquirir un buen abrigo es una de las mejores inversiones que podemos hacer con cabeza, no con la impulsividad consumista. Es decir, un abrigo versátil; o sea, clásico, con un buen patronaje y con un tejido de calidad. No hay que irse muy lejos. Aquí, en casa, tenemos los de la firma gallega Roberto Verino. Y como muestra, el despliegue que hoy traigo a telademoda. Los hay de todo tipo de largos, de colores y de hechuras. Una prenda que ha evolucionado no sólo democráticamente -desde su aparición a mediados del siglo XIV hasta el XVI, sólo la llevaba la nobleza-, sino en el diseño y la comodidad.
Maribel Bandrés Oto en su libro «El vestido y la moda», prologado por Manuel Pertegaz, nos pone al tanto del origen de esta prenda invernal. «Una prenda exterior- escribe- abierta y con mangas, que tiene la función de abrigar. Hasta el siglo XIV se utilizaban para este fin mantos o capas, largas o cortas, que se ponían cruzadas por los hombros o abotonadas por delante. «El abrigo como tal-continúa- aparece a mediados del siglo XIV y es hasta el XVI una prenda que únicamente llevaba la nobleza. En Occidente, en la segunda mitad del siglo XVII, fue cuando el abrigo empezó a sustituir a las túnicas y a los justillos que hasta el momento habían usado los hombres. Se le llamó ropón y sobretodo, ya que al ser tan amplio podía llevarse encima de otras prendas».
Según Maribel Bandrés Oto, el nombre de abrigo (del latín apricus, soleado, y de ahí abrigar) se le dio en la primera mitad del siglo XIX y empezó a tener relevancia con la aparición del automóvil, cuando todo cochero o chófer debía ir bien abrigado. «Al añadírsele una capita o capellina se le llamó «carrick» o «artois». Además tomó diferentes nombres según las formas y usos: capote, hopalanda, loden, Macfarlan o pelliza». Pero también habla Maribel Bandrés del denominado abrigo Ana Karenina. Este abrigo con ribetes y cuello de piel abrochado con alamares, se puso de moda hacia 1960 a raíz de la película que lleva el mismo nombre, basada en la novela de Tolstoi y cuyo vestuario lo firmaba Cecil Beaton. Aunque Bandrés nos advierte que en la segunda mitad del XIX ya se llevaban abrigos y chaquetones estilo ruso. No hay nada como estar siempre al abrigo de la historia.