Reflexiones. Moda comercial

Vaya por delante que me alegro mucho de que unos andaluces hayan aparecido en un reportaje de una revista nacional. Cuando digo nacional quiero decir hecha en Madrid, que es donde se mueve todo, porque la capital es al fin y al cabo la capital, por muchas autonomías que pueblen España. Que un diseñador de provincias aparezca en la selección española de la nueva hornada que va a imprimir savia nueva a la moda es para tirar cohetes. Sí, para tirar cohetes, porque triunfar en provincias es ser una suerte de héroe paciente, sin dejar de asomarse más de vez que de en cuando por los madriles. Me alegro por Antonio y Fernando García, y por Daniel Martín Rabaneda, a los que la revista Yo Dona ha tenido a bien incluir en esta antología.

Pero no sólo me alegro por eso, que ya es una pica en Flandes, me alegro también porque en el reportaje se habla abiertamente, sin tapujos y sin que sea un anatema, de la palabra comercial relacionada con la moda. Me explico. A lo largo de mi carrera profesional como periodista he sido testigo (y no precisamente de Jehová, que dicen que son los que no pueden mentir, según Almodóvar) del divorcio entre moda y negocio; es decir, como si diseñar colecciones fuera únicamente una actividad de recreo para solaz de estetas y aficionados al arte de la aguja y el dedal.

Poner a una colección el apellido de comercial equivalía a una degradación de las prendas y por ende del diseñador. Si un cronista de moda apuntaba que tal o cual colección era de esa guisa tenía que desaparecer del mapa porque significaba que no sabía de lo que estaba escribiendo. Algo así como decir hace años que no se había entendido ni papa de una película de arte y ensayo. En el reportaje de marras, muy bien hecho, por cierto, felicidades a la colega Paloma Simón, aparecen afirmaciones tan rotundas en boca de estos jóvenes  como que la moda es una industria.

Sí, no se inventa nada, pero hasta hace muy poco no era políticamente correcto que un diseñador lo declarara a los cuatro vientos. Volvemos a lo de siempre, que sí, que la pasarela es un espectáculo para regocijo del espectador, pero Antonio García lo dejaba bien claro: «En la primera fila no sólo debe estar la prensa, sino los compradores». Efectivamente, porque sin compradores la rueda no gira. Y si no gira todo se va al garete. Daniel Martín Rabaneda, de Marchena, Sevilla, no tuvo empacho en decir en el reportaje que lo fundamental era vender.

Que esta inclinación crematística se ha disparado por la crisis. Puede ser,  pero, ¿quién no quiere cobrar por su trabajo? Que comercial es una palabra con connotaciones alejadas de la exclusividad y el glamour que implica la moda, podría ser, porque las palabras se desgastan con el uso y adquieren significados muy distintos a los que tenían cuando nacieron. Pero el meollo del asunto a estas alturas  es que todavía sigue habiendo asignaturas pendientes en la moda de España y una de ellas es la falta de infraestructura empresarial que dé carta de naturaleza a las distintas colecciones que salen cada temporada del magín de muchas jóvenes promesas.

Algunas, debido a estas carencias, se quedan injustamente en el camino. Pero también reclaman lo que es suyo. Es decir, que se apoye lo hecho en casa. El producto nacional anda renqueante desde que el sector textil se fue al traste y  empezó a resentirse del abaratamiento de costes que supone fabricar en China y en otros países, donde la mano de obra está tirada  de precio y, evidentemente, sin cualificar,  además  de trabajar sin las mínimas condiciones laborales. Me alegro, por tanto, que esta nueva hornada hable sin tapujos y llame a las cosas por su nombre. Lo importante es que llegue a los oídos de quienes pueden solucionarlo.