Los cuarenta de Armani

por Clara Guzmán

 

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Fotos tomadas de internet

 

De Giorgio Armani, Gió para sus amigos y para una de sus esencias, me viene a la cabeza su tez morena, su pelo blanco y sus calcetines de algodón níveos que tanto desesperan a los porteros de ciertas discotecas. Pero de Armani, al que tuve el honor de ver en su fantástica tienda de la Vía del Condotti en Roma, lo que más me gustan son sus chaquetas de corte masculino insuperablemente femeninas. Armani cumple cuarenta años en la profesión y ochenta este verano en su DNI. Y dice que no se retira que todavía va a seguir dando guerra. Y servidora le desea de todo corazón que siga con munición para rato. La moda con mayúsculas, la eterna, se lo agradecerá.

 

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En una entrevista a Il Sole 24 Ore, ha puesto sobre la mesa su declaración de intenciones: «Para quien lo esté pensando, no tengo intención alguna de retirarme. Tengo todavía mucha energía y mis proyectos de futuro están concentrados tanto en la creatividad de las colecciones como en la estrategia global”. Como los periodistas estamos para preguntar, aunque lleven tiempo queriéndonos callar, todo esto venía a cuento por la salida del grupo el pasado mes de marzo de su sobrino Andrea Camerana y por la presentación de los resultados del ejercicio de 2013.

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Según leo en el portal modaes.es, la compañía cerró el ejercicio con una cifra de negocio de 2.186 millones de euros, lo que supone un crecimiento del 4,5% respecto del año anterior. Incluyendo todas sus licencias, las ventas del imperio de Armani ascendieron en 2013 a 7.750 millones de euros, un 4,7% más. Asimismo, Armani, al que los años no achantan, ha dicho que ha diseñado un ambicioso plan de crecimiento para su enseña AX Armani Exchange, de la que acaba de tomar el cien por cien del capital. El fin último es convertirla en «la primera marca italiana global de «fast fashion» dirigida a un consumidor joven pero con ADN Armani».

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En una de las numerosas entrevistas que en estos cuarenta años le han hecho, Armani dio con la clave. «Nadie debe vivir prisionero en su ropa. Lo importante es que uno se encuentre a gusto consigo mismo. No se esfuerce en aparecer distinta – le dijo a la periodista Carmen Rigalt- porque entonces lo estropeará todo». Armani, licenciado en Medicina por imposición paterna, hizo la «mili» de oficial médico y al regresar a su casa le dijo a su padre padrone que cambiaba la bata blanca y la cita previa por un modesto trabajo en la cadena de grandes almacenes La Rinascente.

 

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«Allí empecé a aprender algo sobre los tejidos y sobre la importancia de las relaciones con el público. Una cosa es diseñar ropa y otra recorrer las tiendas contemplando la reacción de la gente ante las prendas». Qué importante es empezar desde abajo. Los grandes suelen serlo porque conocieron el oficio desde lo pequeño, desde lo aparentemente insignificante. Para saber mandarlo hay que saber hacerlo, nos decían antes, cuando la gente se comunicaba mirando a los ojos y no dándole a las teclas. Después Armani fue contratado por Nino Cerrutti, el magnate del textil, para el que trabajó nueve años.

 

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Y luego crearía su propia empresa con Sergio Galeotti, en un sótano sin apenas luz, en las antípodas de la que con los años sería la sede central de la compañía, un palacio del siglo XVIII en el centro de Milán. En otra entrevista, en esta ocasión del compañero de tantas batallas Pedro Narváez, Armani decía que el hábito ayuda a hacer al monje, pero «sólo si se mira con prisas, porque el estilo de una persona, además de por la ropa, se aprecia en la manera de llevarla, en los gestos, en la mirada, en la voz». Ay, la voz, cuánto habla de nosotros la voz… Aunque en Armani la voz cantante, afortunadamente, todavía la lleva Giorgio.

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