Cecil Beaton, que era una especie de hombre del Renacimiento británico, nacido en 1908 -fotógrafo, diseñador, interiorista- le echó sentido común a una frase que ahora es bandera de muchos. «Las modas son efímeras y la moda es eterna». Las modas serían lo que hoy llamamos tendencias, hechuras que suelen ser flor de un día. La pandemia, que ha alterado nuestras vidas, también ha dado un vuelco a la moda, un sector de los que muchos olvidan que es un gran generador de empleo directo e indirecto. La moda como parte sustancial del tejido empresarial, llegó a equilibrar la balanza de pagos de Francia después de la II Guerra Mundial. Ahora la crisis sanitaria ha derivado en una crisis económica que en algunos casos ha venido a poner la puntilla a los que no se habían recuperado de la del 2008.
A tono con el lenguaje gubernamental, entramos de lleno en una nueva moda en todos los ámbitos. El Covid-19 ha venido a acelerar algunos cambios previstos en las agendas, pero que costaba materializarlos por aquello de quién le pone el cascabel al gato. Los diseñadores de Dolce&Gabbana ya apuntaron durante el confinamiento que a partir de ahora las colecciones serán más cortas, pero mejores; que ya era insoportable la presión materialista de los americanos por lanzar un sinfín de colecciones. A las clásicas de primavera-verano y otoño-invierno, se vinieron a sumar las de pretemporada, las crucero y las cápsulas. El crear a un ritmo tan acelerado despojaba al oficio de sensibilidad y provocaba graves daños psicológicos a los diseñadores, algunos muy evidentes, por la consabida angustia ante los períodos yermos. Otro creador italiano, Armani, calificaba de inmoral el hecho de que no acabara de cuajar una temporada cuando la siguiente ya estaba exhibiéndose en los escaparates.
El marketing había cogido ventaja a la creatividad y las colecciones literalmente se quemaban en las redes sociales antes de llegar al comprador real. Los intentos de vender las prendas a pie de pasarela han tenido poco eco. Hay que contar con un gran respaldo económico para crear la producción a la vez que se exhibe. La difusión «online» es una buena baza para las firmas, pero a veces es contraproducente porque acaba con el factor sorpresa a la hora de adquirir un modelo ¿exclusivo? Alessandro Michele, el director creativo de Gucci, ya ha anunciado que presentará dos colecciones al año de hombre y de mujer, cuando antes hacía ocho. «Dejaré el agotador ritual de las temporadas y los desfiles para recuperar una nueva cadencia». O sea, para volver a la moda, esa que es eterna, añado yo. Pero Michele también habló de ecología y de moda sostenible, otra modalidad que hace tiempo que toma cuerpo en el sector.
La moda sostenible, sostenible porque es mantener el equilibrio entre el respeto al medio ambiente y a los derechos fundamentales del trabajador, ya llevaba un tiempo con nosotros, pero en la era postcovid tendrá una posición más destacada. Destacada si cambia la manera de consumir. Se hace más razonable, pausada, con cabeza y valorando la calidad a la cantidad. Ser la segunda industria más contaminante del planeta después del petróleo ha dejado en una posición poco rigurosa a la moda, que ya contaba con la desafortunada etiqueta de frívola, tan mal puesta como la mayoría de las etiquetas. Es verdad que la moda «low cost», que ha caminado de la mano de una manera de entender la vida en la que todo era efímero, pasajero, relegó a la artesanía. La moda lenta, el «slow fashion», no sólo era para los bolsillos más boyantes, sino también para quien supiera diferenciar entre valor y precio. La calidad frente a la cantidad.
Lo barato es caro, se ha dicho siempre, y ahora es caro también para el planeta, que sufre las consecuencias de un consumo voraz. ¿Será el momento de potenciar la artesanía ligada a lo autóctono? Es verdad que en Andalucía tenemos el sector de los trajes de flamenca, un sector temporal, afectado de pleno por la pandemia, pero hay también otros oficios, algunos en vías de extinción si las instituciones no los salvan con una buena planificación formativa, que podrían tener su gran oportunidad. Contamos con bordadores demandados por las grandes firmas de moda, como Paquili, Francisco Carrera Iglesias, que lo compagina con el arte sacro, o Ángeles Espinar, la única bordadora en posesión de la Medalla de Oro en las Bellas Artes. Sus trabajos, valorados de puertas para fuera, a veces son desconocidos en su tierra. Hay informes que apuntan que la pandemia nos acercará a la autarquía, un sistema económico basado en abastecernos sólo de lo que generemos en España.
No sé si se llegará a esta situación, pero es cierto que en la industria de la moda todos los ojos se vuelven ahora hacia esas empresas que quedaron apartadas porque se impuso producir a gran escala en el extranjero. Sin control de la producción, sin el consabido seguimiento de las colecciones. La deslocalización dejó en el paro a mucha buena mano de obra española, ¿se podrá recuperar en las actuales circunstancias? Lo que sí ha dado un giro es la manera de adquirir los productos. Ahora los que recelaban de las compras «online» se han hecho acérrimos durante el confinamiento. Las firmas que seguían empeñadas en vender por el sistema clásico, el presencial, se han dado cuenta que, aunque sea mixto, hay que tener tienda en internet. Algunos diseñadores abogan por el equilibrio entre la venta telemática y la presencial. Salir de compras es un rito al que no creo que renunciemos tan fácilmente.
Otro factor a tener en cuenta es la puesta en tela de juicio del verdadero poder de los denominados «influencers». A muchas empresas el fenómeno de los prescriptores de moda les pilló con el pie cambiado y con un cierto escepticismo sobre las nuevas formas de ofrecer la mercancía. Luego llegaría el deslumbramiento ante el apabullante número de seguidores de los «grandes» que, en la mayoría de los casos, era fuego fatuo; es decir, bien falsos, bien captados por métodos fraudulentos. Los últimos informes señalan que en estos momentos la autoridad la tienen los «microinfluencers», aquellos que se dirigen a un público concreto, al verdadero interesado en el producto y no a una entelequia. No obstante, el prescriptor es una figura a tener en cuenta cuando de lo que se trata es de hacerse visible «online». La nueva moda estará a merced de los cambios sociológicos en el consumo, que irán en consonancia con la situación económica que nos deje la pandemia.
2 comentarios
Buenos días, Rosa. Muchas gracias por tu comentario tan sensato y acertado como siempre. Efectivamente, de nosotros depende, en gran parte, que haya moda sostenible. Si no hay demanda, no hay oferta. Muchos besos.
Gracias por tu artículo Clara.
Es un placer leerlo , como siempre.
Ojalá vayamos teniendo cada vez más moda sostenible y consciente. Esto debería ser ya obligatorio.
Pienso que el lowcost va a seguir existiendo porque hay mucho lowjob.
Es la pescadilla que se muerde la cola.
Si se sabe que contamina ¿ porque seguir permitiendo este tipo de producción?.
Un abrazo
⚘
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