El estilo marinero es ese que va, viene y no se detiene. Es decir, que es de los que están abonados a la primavera-verano. Unas veces con más entusiasmo que otras, pero siempre ahí, con el ancla echada cuando llega el calor y esas irresistibles ganas de no hacer absolutamente nada, porque para eso hace buen tiempo y el buen tiempo es sinónimo de tumbarse a la bartola. Menos si eres autónomo, muchacho.
Al estilo marinero (de luces u opaco) se le llama ahora «navy». Sí, esa moda de utilizar los anglicismos en detrimento de nuestra lengua, el español. Pero ya se sabe que los españoles somos así de acomplejados, pensamos que suena mejor en inglés y luego nos dan gato por liebre. Vean, por cierto, el anuncio en defensa de nuestro idioma que ha hecho (por fin) la Real Academia de la Lengua.
Ya saben que, en el sector de la moda, se suele espurrear palabras en inglés en la conversación porque es muy «fashion». Aunque el origen del estilo marinero no tiene nada que ver con la moda, como suele pasar. Más bien con cuestiones un tanto prosaicas. Y además por decreto. Resulta que en 1858 y durante el Segundo Imperio francés, se sentaron las bases del uniforme oficial de los marineros.
Publicado, como Dios manda, en el Boletín Oficial de la Armada, consistía en una camisa blanca, con cuellos azules, un abrigo corto de lana, un pantalón de pata ancha azul marino y un jersey de rayas. Las rayas, que evocan al uniforme de los presidiarios, se incluyó para que los marineros pudieran ser vistos cuando estaban realizando sus faenas en alta mar.
Luego llegó Yves Saint Laurent y en el verano de 1966 lanzó una colección de alta costura poblada de rayas en estilo marinero, pero con lentejuelas. Casi nada. Se llamaba «Matelot» (Marinero) y armó el taco. Y qué no decir de Jean Paul Gaultier, que parece que tiene obsesión por los marineros con un tatuaje en el pecho, como el de la copla, que cantaba con mucha pasión Concha Piquer.
Pero ahora llegan varias firmas y proponen un estilo marinero para esta primavera-verano y a ver quién se resiste. Quién se resiste al vestido (y a los zapatos) de Salvatore Ferragamo, a las zapatillas de Robert Clergerie, a la chaqueta de rayas azules y rojas de Max& Co; a las rayas de L. K. Bennett, a las de Elisabetta Franchi o al bolso de Jimmy Choo. En fin, hay dónde elegir o al menos donde recrear la vista.