A mucha gente le sorprendió que Michelle Obama escogiera el color amarillo/lima para la investidura de su marido como presidente de los Estados Unidos. Era un vestido y un abrigo, que son dos piezas muy socorridas, por lo que se ve, para estos acontecimientos y que destacaban aún más sus rasgos. Un tono poco discreto, según los que nunca están contentos con nada, ya que Michelle es una mujer jaquetona, que diríamos aquí, y por tanto la elección cromática era excesiva. ¿Será por meter el dedo en el ojo? La reina Sofía también eligió este color, con inclinación al verde, para la proclamación como rey de su hijo. El verde, como un guiño monárquico más, dentro de la cantidad de gestos que hubo en la ceremonia. Verde, que, en formación de acróstico, significa Viva el Rey de España. (V.E.R.D.E.).
Pero es que el amarillo es el color del optimismo, de la vitalidad, de la alegría, de las ganas de vivir, aunque a lo largo de la historia haya tenido sus detractores y no precisamente por ser un color asociado a la mala suerte. A la mala suerte porque Molière tuvo el infortunio de morirse en el teatro vestido de este color. El amarillo vuelve este verano no sólo para vestirnos y salir a la calle, sino también para dar toques certeros y luminosos a la decoración de la casa. Toques que hacen ver el día de otra manera, mucho más optimista. Claro que, para qué nos vamos a engañar, si el Gobierno anuncia la rebaja de retenciones a los autónomos, el optimismo se eleva a la quinta potencia. Dicen las crónicas que a las damas del siglo XII les gustaban los tejidos punteados. Solían vestirse con trajes mitad rojos mitad verde. Sólo se abstenían de emplear el color amarillo, porque era considerado como señal de pertenecer a la raza judía o propio de meretrices. A principios del siglo XIV las prostitutas de Sevilla vestían tocados amarillos para distinguirse de las «señoras».
Carlos V, por ejemplo, hizo vestir a su servidumbre de color amarillo con adornos en tonos ceniza. Estamos hablando del siglo XVI y hasta hoy ha llovido mucho, pero el amarillo ha estado estigmatizado durante mucho tiempo. En su novela «Fiesta», Ernest Hemingway contaba que en el París de los años 20, de los locos años 20, las profesionales de la prostitución debían llevar una tarjeta amarilla, identificación de uso obligatorio. Afortunadamente, todo cambia, nada permanece y en la actualidad las etiquetas cromáticas han desaparecido, al menos globalmente. No obstante, cada individuo tendrá sus filias y sus fobias, pero el amarillo, con el que siempre se ha representado al sol, vivifica. Y, afortunadamente, hay muchas ganas de vivir.