En el siglo XVII, los viajeros que pasaban por Venecia solían describir así a las mujeres que veían por las calles: «Las damas venecianas están formadas de tres partes: la primera, de madera, son los chapines; la segunda, el vestido, y la tercera parte, la mujer». Los chapines, los pedestales donde se subían nuestras antepasadas, son las actuales cuñas. Esas cuñas que nos aúpan un poco para mirar la vida desde arriba. Y esas cuñas que diseña como nadie el americano Stuart Weitzman, como vemos en las fotos de esta entrada, y que se fabrican en Alicante, España.
El otro día me decía un amigo, con bastante razón por cierto, que las mujeres volvemos sin remedio a la esclavitud del cuerpo en esa guerra sin cuartel por querer emular a la estrella del momento o superar a la amiga, a la compañera de trabajo o a la vecina del apartamento de enfrente. En esa devastadora lucha para la mente, como la definía, las armas son a veces letales: Tacones imposibles, fajas -que han vuelto para quedarse-; todo tipo de sacrificios en las dietas ( no comer jamón para no engordar es peor que no comerlo por carecer de presupuesto); depilaciones dolorosas y una retahíla que servidora escuchó sin rebatir, porque ya llevaba horas subida al tacón y no tenía la cabeza para logaritmos.
Sin embargo, nosotras seguimos subidas en un pedestal con la idea, a veces engañosa, de que nos estiliza el cuerpo. No obstante, hay zapatos sólo para contemplarlos, como se contempla una de esas sofisticadas atracciones de feria: Me subiría, pero mejor me quedo en tierra. Zapatos a los que a una le da pánico hincarle el pie. Pero, ¿quién dijo miedo? Las cuñas tienen su historia, porque la moda es como ese delicioso vaivén de las olas de la playa de Zahara de los Atunes cuando no había burbuja inmobiliaria y se parecía a las playas de Restinga (Marruecos).
Es verdad que las cuñas nunca han llegado a la altura de los chapines (taburetes andantes, como se les conocía en la época) pero se pusieron de moda de nuevo en el siglo XX, con un espacio entre tendencia y tendencia de veinte años. A finales de los treinta, la menudita (fíate tú de las menuditas) Carmen Miranda se puso el mundo por turbante y unas elevadísimas cuñas y se fue a Hollywood a triunfar. Por entonces, los diseñadores europeos hacían zapatos de plataforma con materiales sintéticos como una práctica solución a la escasez de piel y madera.
A finales de los sesenta regresó de la mano de un zapatero de postín: Roger Vivier. Y en los psicodélicos setenta fue el sueño de todo joven moderno y la pesadilla de las autoridades sanitarias. Esguinces, torceduras de pie, rotura de ligamentos, pero miles de hombres y mujeres se calzaban a diario esas cuñas que usaban estrellas del pop como Diana Ross, Stevie Nicks y Elton Jones, que tenía una colección de no te menees. Sí, porque había que ir con tiento por las calles, sobre todo si visitaban Toledo, allí donde Lady Di se cayó con todo el equipo porque nadie le avisó de que el pavimento era incompatible con los tacones de aguja.
En los noventa volvió la moda y en las pistas de baile de las discotecas un sinfín de jóvenes se movían, con toda la soltura que permite ese lastre, con cuñas decoradas con bisutería y zapatillas de lona de 3o centímetros de altura. La cadena norteamericana Gap ofrecía para los menos intrépidos una sandalia de cuña de piel de cinco centímetros. Las cuñas no han desaparecido del todo de las tendencias, pero este verano parece más necesario que nunca tomar altura antes de despegar. Lo importante es que el terreno acompañe y no haya ningún descalabro. Eso es lo que tiene subirse en un pedestal.
2 comentarios
En un pedestal | Telademoda.com , es interesante, desde que os recibo no puedo parar de mirar todas vuestras sugerencias y me alegra cuando recibo uno más, sois lo mejor en español, me encata vuestra presentación y el curre que hay detrás. Un beso y abrazo,GRACIAS POR VUESTRO TRABAJO, nos alegrais la vida.
Sigo pensando, desde mi utópico punto de vista, que los tacones y otras prendas opresoras como la faja, están llamados a desaparecer. Una evolución lógica e inteligente hacia la comodidad en la moda acabaría con los zapatos altos en las vitrinas. Es labor de los creadores combinar comodidad con originalidad y elegancia, y del consumidor elegir teniendo como prioridad su salud y bienestar.
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