Con lo poco dada que está últimamente la gente a echarse a la calle y la otra noche se abrió la espita de la reclusión y fue como cuando llueve en Sevilla, que se inunda, pero por un motivo mucho más prosaico: no limpian los husillos. En esta ocasión el gentío tomó el barrio de Salamanca y las Salesas (lo más bonito de Madrid) por una causa estética: la moda, que es una causa que revoluciona los sentidos. De vez en cuando es bueno darse una ducha de «todo a 3.000 euros». Es reconfortante ver que aún hay quien dispone de esa calderilla, aunque lo disimule. Como reconfortante es saber que todavía hay gente guapa, la guapa gente de derechas, que escribiera Umbral, o aquella a la que se le nota que acumula un sinfín de generaciones comiendo jamón de pata negra, que diría un castizo.
La noche de la moda
Al grito silencioso – la gente bien suele ir por la vida de puntillas o en constante relevé, cosa que hay que agradecer -de «Moda, moda, queremos moda, moda», en claro remedo de aquel otro mucho más estentóreo de «Marcha, marcha, queremos marcha, marcha», Madrid fue una fiesta nocturna gracias a la revista «Vogue».
En su duelo incruento con la crisis, «Vogue»´ganó la partida, al menos de cara a la galería. Madrid fue desde las ocho de la tarde a pasadas las cenicientas doce de la noche, un ir y venir de gente perfectamente arreglada, pero con apariencia de haberse puesto encima lo primero que tenía a mano. Pero eso sí, con los pies en permanente estado de alerta. Madrid es muy socavón y si vas a la ligera te caes con todo el equipo. En las tiendas de más fundamento se recibía con contenido esplendor, aunque no faltó champán ni exóticos piscolabis (piquislabis, dicen en Cádiz, que son tan surrealistas). No sé si en Londres, Nueva York o París, que compartían experiencia, fueron tan rumbosos con su Fashion’s Nigth Out como en Madrid.
Missoni
En Missoni tiraron la casa por la ventana. Fue de las tiendas más concurridas. Puso el anzuelo de Pedro Almodóvar y la prensa picó. Claro que también picó porque no hay nada como tener al frente a un figura. Rafa Jiménez, el responsable del Departamento de Comunicación, hace profético a Oscar Wilde cuando decía: «Es absurdo dividir a la gente en buena o mala. La gente es tan sólo encantadora o aburrida». De todas formas, nuestro gozo en un pozo cuando nos enteramos que los bolsos Missoni de la edición limitada, al módico precio de 30 euros, habían volado. Menos mal que la recaudación era para una buena causa: la fundación Aladina.
Pedro Almodóvar asistió con la pretendida excusa de ver la exposición de las piezas de Juan Gatti de su película «Los abrazos rotos». Se fotografió con las chicas «arañas», vestidas con un mono de Missoni, la firma del zigzagueante estampado de punto, que ha subido enteros en la colección otoño-invierno, aunque haya quien, como el periodista Roger Salas, le es fiel desde el principio. Al director de cine manchego le precedieron, entre otros, Alaska y su marido Mario Vaquerizo, de negro y con unas hombreras voladoras, preludio exagerado de lo que nos espera este invierno. Laura Ponte también acudió a la cita, acompañada del diseñador Miguel Palacio, pero fue tan discreta que servidora casi no repara en ella.
La tendinitis de Angel Schlesser
En la sevillana Paz Vega reparamos porque su tocaya Justa Guillén, directora de la tienda de Dior, le hizo los honores. «Es muy guapa»- decía ella- «Es bajita», coreamos las presentes, encantadas de haberla conocido, y sobre todo de habernos medido con ella. Iba acompañada de su marido, Orson Salazar, que parece un pipiolo. Y de Dior y sus chaquetas Bar, a Armand Basi. Allí Matías Rodríguez ofrecía champán a la concurrencia con la sabiduría que da el oficio. En un corrillo, la vieja guardia de la prensa de moda velábamos armas. A saber: Aurelia Medina, María de la Puerta, Marina Ruiz, Julia Robles, Lucía Solana… No hay nada como la rentrèe.
Mientras íbamos sorteando zanjas y vallas, vimos a Felipe González, ex presidente del Gobierno pero actual diseñador de joyas, que salía de la tienda de su amiga Elena Benarroch. Según Beatriz Cortázar, compañera de cabecera, empieza a darle a la faena artística a partir de la siete de la mañana. O sea, al alba. Hay que ver lo que da de sí el alba, sobre todo si nos metemos en perejiles. Y cuando la noche se despedía, Ángel Schlesser salía de su tienda a orearse. Con el brazo en cabestrillo y su fred perry parecía la reencarnación del afamado tenista/diseñador/empresario. Pero el creador cántabro no se había lastimado el codo dándole a la raqueta, sino al intelecto. Me explico, Angel Schlesser tiene una tendinitis fruto de una mala postura leyendo un libro. Pero no, no era un best seller, porque eso los lee, si acaso, al año de estar en candelero. Así que todavía no ha caído en sus manos «Los hombres que no amaban a las mujeres». Demasiado tiene con pensar en su desfile del próximo sábado en Cibeles.
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