Hasta el 7 de octubre hay tiempo para ver en el Design Museum de Londres, la muestra «Azzedine Alaïa: The Couturier». Una muestra que tiene la peculiaridad de haber sido concebida y comisariada por el propio creador, a quien la muerte, el pasado noviembre a los 82 años de edad, le impidió inaugurar. La exposición es un canto a la belleza de un maestro de la aguja y el dedal, que se formó como escultor.
De origen tunecino, Azzedine Alaïa se asentó en los años cincuenta en París, donde se relacionó con André Malraux y Joan Miró. Era un alma libre, por eso nunca siguió las normas marcadas por el mundo de la moda. Aparcó el calendario de las colecciones de pasarelas y se dedicó a hacer todas las prendas a mano (en algunas invertía años en su realización) además de cortar él todos los patrones. Era un artista.
Azzedine Alaïa se ganó justa fama de poseer una gran maestría con la aguja, además de experimentar hasta la saciedad con los materiales, buscando otras características distintas a las propias. Es el caso del chifón, al que le otorgaba fortaleza o sutileza al cuero. «Mi obsesión- solía decir aquel pequeño gran hombre- es embellecer a las mujeres. Cuando creas con eso en mente, las cosas nunca pasan de moda”.
La exposición, en la se recogen sesenta piezas, en su mayoría vestidos de alta costura desde los años ochenta a 2017, no sigue un orden cronológico. No obstante, están agrupados por temas, donde, a mi juicio, llaman la atención el dedicado al negro -«para mí es un color feliz»- solía decir; y a España. Su familia era de origen español y él siempre contaba que su primer encuentro con la moda había sido «Las Meninas», de Velázquez.
Los diseños de Azzedine Alaïa eran sexys, muy sexys, pero realzaban la personalidad de las mujeres a las que vestía. Entre ellas, Madonna, Grace Jones, Greta Garbo, Michelle Obama o Naomi Campbell. Con la modelo conocida como la Venus de ébano, tenía una relación muy particular. Desde los 16 años vivió con él en el apartamento que Alaïa tenía en París. Era una especie de figura paterna, quizás por eso lo llamaba papá.
Como curiosidad, Azzedine Alaïa hizo que todos los vestidos expuestos fueran rehechos en su «atelier» para que se adaptaran a la forma alargada de los maniquíes invisibles en los que se exhiben. La sensación que da al visitante es que las piezas flotan, como si fueran etéreas. Un toque muy poético para una muestra con la que el Design Museum ha querido inaugurar su nuevo emplazamiento en Kensington.