El invierno de Elizabeth Arden

 

 

Ya habíamos hablado de Elizabeth Arden y de su imperio de la cosmética, pero llega el invierno y hay que protegerse también de los rayos del sol, esos que parecen que no dañan cuando el verano se ha quedado atrás, pero que persisten en su objetivo de perjudicar la piel que no haya sido previsora. Los constatados beneficios de  la ya legendaria  Eight hour cream, (una especie de bálsamo de Fierabrás de la belleza) se conjugan ahora con unos protectores solares, que ponen de manifiesto la herencia de una mujer pionera en el sector de la cosmética, pero que también tenía sus debilidades. Apostaba, y en este caso solía perder, a las carreras de caballos. Como dice esa frase cinematográfica: Nadie es perfecto.

 

 

Nadie es perfecto, pero hay quien se aproxima a ese estado si sabe escoger el camino adecuado. ¿Que te vas a esquiar, que das un paseo por la montaña o simplemente tienes una intensa vida al aire libre? Pues no escatimes, porque dice el refrán, que suele basarse en la estadística, que lo barato es caro. Eight hour cream skin protectant es la solución ideal debido a su  fórmula: Una combinación de petrolato, que forma una barrera protectora y aporta hidratación; betahidroxiácido (empleado por primera vez en cosmética por Elizabeth Arden hace 80 años)  que repara y calma, y  vitamina E, un antioxidante biológico. Un básico, que se puede completar con un protector para el rostro y zonas localizadas, con una potente «coraza» frente a los rayos UVA y UVB, que pueden ocasionar quemaduras solares, daños a las células de la epidermis y signos prematuros de envejecimiento.

 

 

El gran negocio de la cosmética que puso en marcha esta canadiense continúa la senda trazada por una mujer que a los dos años de llegar a la Gran Manzana ya había abierto su salón de belleza en la Quinta Avenida. Bastó un préstamo de 6.000 dólares para que Elizabeth Arden, nacida Florence Nightingale Graham, marcara una trayectoria que dejaría huella. En el New York Times está escrito: «En la década de los 30 había tres nombres norteamericanos conocidos en todo el planeta: las máquinas de coser Singer, Coca -Cola y Elizabeth Arden».

 

 

En 1917 tuvo la genial ideal de crear cosméticos en envases reducidos para viaje. Aunque se casó dos veces no tuvo hijos, pero murió al pie del cañón, a los ochenta y ocho años, en 1966. Su vida, como la de otra diva, en este caso de la moda, Coco Chanel, fue entretenida. Si la diseñadora que rompió moldes se llevaba a matar con su coetánea Elsa Schiaparelli por un quítame de aquí esta novedad, Elizabeth Arden se tiraba los pintalabios, los rímmeles y los coloretes con Helena Rubinstein. La sangre no llegó al río, pero se hubieran moñeado de haberse presentado la ocasión.