¿Está triste? ¿Está contenta? ¿O simplemente es una cínica que se ha puesto la máscara? ¡Oh!, la máscara, ese atavío que nunca pasa de moda. Porque la moda, ya se sabe, es eterna, mientras que las modas son efímeras. La máscara, ese «fotochó» actual para protegernos de las cornás de la vida, es a veces tan sofisticada que nos convierte en giocondas. Sí, giocondas del siglo XXI. Enigmas plasmados en una imagen. Arcanos en la mirada, en la sonrisa, en ese lenguaje de medias tintas, que en ocasiones son borrones sin cuenta nueva. Remedos de aquella Mona Lisa misteriosa, con un halo inquietante, que dicen cautivó a su «fotopintor» Leonardo da Vinci, cuando según algunos seudohistoriadores, con máster en «salsa rosa», el hombre no estaba para semejantes trajines. Una Mona Lisa a la que las comadres tildarían sin ambages de lagarta, pero una Mona Lisa que ha pasado a la historia por su impactante imagen. Una imagen que oscila entre la pudorosa dama italiana del XVI y la avispada mujer que ve la hierba crecer.Cuando una la observa fijamente en el Museo del Louvre de París, en esos intensos segundos se pregunta: ¿qué hay detrás de esos ojos de mirada torva, de esa media sonrisa incitante? ¿qué hay detrás de esa máscara? ¿Qué secreto oculta esta mujer? ¿O simplemente el secreto es ella? A ver si vamos a tener que hacerle caso al escritor irlandés Óscar Wilde cuando decía aquello de que sólo la gente limitada juzga por las apariencias.
(Foto: Chema Soler www.chemasoler.com.es)
55 comentarios
Buena entrada… Eternas preguntas que nos hacemos ante el rostro que se resiste a manifestar quien es de verdad….
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