En estos días se han cumplido veinte años de la muerte de Jackie Kennedy y es de justicia reconocer que fue una mujer que marcó estilo. No sólo por su papel de consorte las dos veces que se casó, sino por su personalidad, su cultura y su bagaje. Jacqueline se ganaba la vida como redactora gráfica por cuarenta y dos dólares semanales, en el «Washington Times Herald,» cuando dicen que en una fiesta de su periódico conoció a John Fitzgerald Kennedy. Era el año 1952 y a partir de ahí su vida cambió, así como la de la americana media, que la tuvo como un modelo a seguir.
Jackie había estudiado en la Universidad neoyorquina de Vassar, sólo para mujeres, además de en la Sorbona de París. Leía a Oscar Wilde y a Baudelaire y tenía ese encanto capaz de cautivar a De Gaulle por sus conocimientos de la historia de Francia, como al resto del mundo por su elegancia al lucir un traje de noche de satén marfil con bordados en el delantero, de Givenchy. Así de sustancioso fue su debut como primera dama norteamericana en una recepción en el Palacio de Versalles.
Givenchy sería uno de sus diseñadores preferidos, pero quien marcó a Jackie fue Oleg Cassini, nacido en París, de origen ruso, pero afincado en Nueva York. Trabajaron juntos en la creación del estilo personal de la primera dama y de esa colaboración surgieron prendas copiadas luego hasta la saciedad. Por ejemplo, un traje de noche de cuello alto de seda otomán y un abrigo de color ante, de lana, semiajustado y con cuello redondo de quita y pon de cebellina rusa.
«Fue una mujer de extremado buen gusto en todo lo que la rodeaba, los muebles, el arte, la ropa… Ella imponía la moda, por ser quien era, pero nunca le obsesionó aquello de ser la más elegante del mundo», manifestó Cassini con motivo del fallecimiento de Jacqueline. En aquellos años cincuenta y sesenta cuando la moda dijo aquí estoy yo y las mujeres -cada una según sus posibilidades- la secundaron, Jackie solía usar trajes de dos piezas, generalmente un vestido y una chaqueta semiajustada hasta la cintura. Le gustaban los cuellos redondos, ovalados y tipo barco. Las mangas, francesas, y las faldas, en forma de A, que rozaran las rodillas.
Sus zapatos eran de medio tacón o tipo bailarinas y sus bolsos con cadenas doradas fueron también muy copiados. Pero su sombrero Pillbox, conocido popularmente como caja de pastillas, definió su estilo durante muchos años. Era un sombrero de fieltro beis ovalado, con ala recta y copa superior llana que le había creado Roy Halston. Jackie fue también una de las clientes preferidas de Coco Chanel, aunque se cuenta que a ella le compraba las telas y la confección se la hacían en Estados Unidos, para no herir susceptibilidades. De la señorita de la Rue Cambon aprendió el gusto por las perlas, aunque el collar que solía llevar era de su madre y cuentan que eran falsas, como muchas de aquellas perlas que llevaban las mujeres de los cincuenta y sesenta.
Dicen que también siguió el consejo de Chanel de llevar siempre guantes. La misma diseñadora que luego la criticaría con crueldad cuando se casó en 1968, tras cinco años viuda, con el magnate griego Aristóteles Onassis. Dicen, y será por decir, que su enfado con la otrora primera dama se debió a que «la engañó» y escogió a Valentino para su segundo traje de novia. Con los años, y trabajando de editora, Jackie sería la paseante solitaria del Central Park de Nueva York, muy a lo Greta Garbo en su decadencia. Enfundada en vaqueros y luciendo camisetas, parkas y a veces una boina calada, no dejó de perder ese estilo de mujer con vida propia, inteligente y mundana…
1 comentario
Un análisis muy acertado del personaje.
Fue una mujer que no dejó indiferente a nadie, ni en cuanto a su impecable estilo a la hora de vestirse, como a su personalísimo estilo de vida.
Era fácil para ella encandilar a todo el que la rodeaba, ya que destilaba buen gusto, buenas maneras, y en general, esa armonía y equilibrio que hace que alguien se perpetúe a lo largo del tiempo sin perder un ápice de su frescura.
Es verdad que tenía importantes defectos y su personalidad era complicada, pero de un elegante «puertas para adentro». También, muchos de ellos fueron consecuencia de las circunstancias que la rodearon, no siempre favorables.
Lo que no puede negarse es que lo que nos llega después de todos estos años y ríos de tinta utilizados para desgranar esa personalidad, es la habilidad que tuvo para que aún siga fluyendo de su imagen ese envidiable glamour que la acompañó toda su vida.
Clara, amena, como siempre.
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