Hay un refrán castellano que dice cría buena fama y échate a dormir; críala mala y échate a morir. El diseñador gibraltareño John Galliano se encuentra en esta última fase desde que un malhadado día abriera en público sus compuertas para soltar todo un aluvión de improperios, algunos racistas, contra su alto mando de Dior, judío sefardita para más señas. Sorprendentemente en aquél café había una cámara para grabarlo en unos tiempos en que la privacidad es un bien tan escaso, a veces por decisión propia. Galliano, que pidió perdón e incluso ingresó en un centro de rehabilitación, cuando su peor adicción era la soledad del artista, vio la luz al ser «fichado» por Óscar de la Renta para dirigir su taller. En aquella decisión del diseñador dominicano tuvieron mucho que ver Anna Wintour y Grace Coddington, amigas del exdirector creativo de Dior. Galliano se lució con la colección otoño-invierno 2013, que fue aplaudida por la crítica y comprada por el público y la historia parecía que iba a tener el ansiado final feliz: su contrato fijo con la Casa. Pero no. Se habla de que el gibraltareño pedía una suma de dinero desorbitada y unas condiciones que De la Renta no estaba dispuesto a aceptar. La cuestión es que John Galliano vuelve a ser un verso suelto sin ajustarse a ninguna rima. Y el gozo de todos sus seguidores en un pozo ante su nuevo traspié. Porque Óscar de la Renta ha vuelto a colgar el cartel de se busca director creativo para su firma. Galliano sigue sin encontrar su sitio o sin que su sitio lo encuentre a él.