IRIS APFEL, LA CONSAGRACIÓN DEL INVIERNO

por Clara Guzmán

Iris Apfel es desmesurada en todo. En su manera de ser, en su manera de vestir. Y en sus años. A un paso de cumplir 99 es un torbellino. De colores, todos los que quieras, aunque el torbellino de colores cabal era Lola Flores, a la que Pemán supo definir. Iris Apfel ha salido estos días en los papeles precisamente por seguir influyendo en la moda. Y yo me he acordado de lo que dijo el otro día el doctor Enrique Rojas, en la presentación de su libro «Todo lo que tienes que saber sobre la vida»: «La juventud no depende de los años, sino de las ilusiones a cumplir».

Iris Barrel nació en Astoria (Nueva York) estudió Historia del Arte y desde muy joven se implicó en el mundo de la decoración y la moda. El próximo 29 de septiembre le faltará un año para el siglo. Cuenta con una muñeca Barbie propia, así como con «emojis» de su figura. Es influyente en un mundo, la moda, en el que se supone que las que llevan la voz cantante son jovencitas ayunas de vida. «No eres guapa y nunca lo serás, pero no importa. Tienes algo mucho más importante. Tienes estilo».

Estas premonitorias palabras se las dijo a Iris Apfel Frieda Loehmann, fundadora de los famosos almacenes Loehmann’s, cuando comenzaba a dar sus primeros pasos en la industria de la moda, según se explica en el documental Iris, dirigido por Albert Maysles. Pero Iris tiene personalidad, un don muy difícil de encontrar en un mundo tan uniformado de pensamiento, palabra, obra y omisión. De Iris me interesa su pasión y su manera de sortear los prejuicios, sobre todo en lo que respecta a la edad.

Con su cabello blanco, sus labios rojos intensos, sus enormes gafas de pasta y su cargamento de bisutería ha encandilado a todos. Unos la ven como un icono y otros como una snob pasada de fecha. Pero cuando habla, Iris suele poner los puntos sobre las íes. Es ahí donde le presto toda la atención posible. «Es mejor ser feliz que ir bien vestida». Por supuesto, no hay duda. «La felicidad es el resultado de una buena ecuación entre corazón y cabeza», palabras del prestigioso psiquiatra Enrique Rojas.

«Hoy es durísimo ser una persona única y con estilo», continúa Iris Apfel. «Todo el mundo quiere conformarse y seguir las normas. Las revistas están diciendo continuamente lo «in» y lo «out» o lo que toda mujer debería tener. Conocerse a uno mismo lleva esfuerzo y si quieres ser alguien, debes tener opiniones y actitud». Sabias palabras de esta neoyorquina que ha roto moldes y se ha puesto el mundo por montera, además de tropecientos collares y pulseras.

Pero su filosofía de vida llega a su máximo esplendor cuando asegura: «Me dan pena todas esas mujeres que viven obsesionadas, como si envejecer fuese un pecado o significase el fin de todo». Es cierto, pero, ¿cuánta culpa de que eso ocurra tiene la sociedad; o sea, todos, por enaltecer la imagen y por ende la juventud, arrinconando las arrugas y las canas? Lo hemos visto recientemente en el fragor de la pandemia. Una crisis sanitaria que ha vuelto el mundo del revés y nos ha dejado con las vergüenzas a la intemperie. Pero siempre nos quedará Iris, la más colorista representante de la consagración del invierno.

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